28 de agosto de 2008

Kundera

Foto: Man Ray

"Marchaba alrededor de la piscina, desnuda, junto a un montón de mujeres desnudas. Tomás estaba arriba en un cesto que colgaba del techo de la piscina, les gritaba, las obligaba a cantar y a hacer flexiones.

Cuando alguna hacía mal un ejercicio, le disparaba.

Quiero volver una vez más a ese sueño: el terror no empezaba en el momento en que Tomás disparaba el primer tiro. El sueño era horroroso desde el comienzo. Ir desnuda junto a las demás mujeres desnudas, marcando el paso, era para Teresa la imagen básica del horror. Cuando vivía en casa de su madre no la dejaban cerrar con llave la puerta del cuarto de baño. De ese modo, la madre quería decirle: tu cuerpo es como los demás cuerpos; no tienes derecho alguno a la vergüenza; no tienes motivo alguno para ocultar algo que se repite en decenas de millones de ejemplares. En el mundo de la madre todos los cuerpos eran iguales y marchaban en fila uno tras otro. La desnudez era para Teresa, desde su infancia, el signo de la uniformidad obligatoria del campo de concentración; el signo de la humillación.

Y aún había otro horror, nada más empezar el sueño: ¡todas las mujeres tenían que cantar! No era sólo que sus cuerpos fuesen iguales, igualmente despreciables, que fueran meros mecanismos sonoros sin alma, ¡sino que además las mujeres se alegraban de ello! ¡Aquélla era la alegre solidaridad de los imbéciles! Las mujeres estaban felices de haberse deshecho de la carga del alma, de ese ridículo orgullo, de la ilusión de la excepcionalidad, felices de ser por fin todas iguales. Teresa cantaba con ellas pero no se alegraba. Cantaba por temor a que, si no lo hiciera, las mujeres la mataran.

¿Pero qué significado tenía que Tomás les disparara y que cayeran una tras otra muertas a la piscina?

Las mujeres que se alegran de ser idénticas e indiferenciables celebran en realidad su muerte futura, que hará que su identificación sea absoluta. Por eso el disparo no era más que la feliz culminación de su marcha macabra. Por eso, después de cada disparo de la pistola, empezaban a reír alegremente y, mientras el cadáver se hundía bajo la superficie, ellas cantaban aún más alto.

¿Y por qué era precisamente Tomás el que disparaba y por qué quería matar también a Teresa?

Porque había sido él mismo quien había hecho que Teresa fuera a parar allí. Eso era lo que quería decirle a Tomás el sueño, ya que Teresa era incapaz de decírselo por su cuenta. Ella había venido a buscarlo para huir del mundo de la madre, donde todos los cuerpos eran iguales. Había venido a buscarlo para que su cuerpo se volviese único e irremplazable. Y ahora él volvía a dibujar el signo de la igualdad entre ella y las otras: a todas las besa igual, las acaricia igual, no hace ninguna, ninguna, ninguna diferencia entre el cuerpo de Teresa y otros cuerpos. De ese modo la había mandado de vuelta al mundo del que quería escapar. La había mandado a marchar desnuda junto a otras mujeres desnudas."
La insoportable levedad del ser
Milan Kundera